Artículo publicado por Antonio García Barbeito en ABC de Sevilla, 1 marzo 2012
A decir verdad, no con mucha, con todas, que desde «Pasan los campanilleros» a «Amarguras», es capaz de tararear cien partituras
Ni siquiera la Navidad lo arrastra de esa manera. Sí, monta su
Nacimiento, acude a algunas casas y a otras tantas iglesias a ver si el
montaje ha variado mucho respecto del año anterior, pero, salvo el
motivo del Nacimiento, es un hombre sin invierno. En el invierno se
encoge como las cochinitas de la humedad, no es lo suyo. Se le ve lo
preciso y sin esa alegría que lleva desde estas fechas hasta que el
otoño echa temprano las cortinas de la tarde. Y en esa reclusión de
ánimo, en esa interior espera, no desaprovecha ocasión para estar al
tanto de cuanto ocurre en el otro interior, el de su pasión. Durante ese
tiempo, va acumulando noticias, comentarios, susurros que le llegan al
oído como una razón particular. Hasta que llega su tiempo.
Y su tiempo llegó, aunque ni esto sea víspera de primavera ni
final de un invierno en condiciones, sino un desierto frío donde las
nubes apenas si han rociado la tierra desde diciembre a este marzo que
asoma. A él le da igual. A él le trae sin cuidado que el campo esté
muertecito de pena, porque para él no hay más campo que las ramas de
olivo del Domingo de Ramos y el romero del Corpus, y eso —así lo piensa
él—, en caso de necesidad, se puede plantar en cualquier jardín. Para él
no hay ni pantanos a media agua ni ruina de cosechas, ni aire
contaminado de un largo tiempo de sequía, ni nada de nada. Para él, lo
único que existe es lo que existe: una banda que toca una marcha
procesional detrás de un paso. Por eso decía un día que él es un hombre
con mucha marcha. A decir verdad, no con mucha, con todas, que desde
«Pasan los campanilleros» a «Amarguras», es capaz de tararear cien
partituras. Ya está como los locos; ya es una polvorilla callejera que
no para; ya es un pájaro volantón de iglesia en iglesia y de capilla en
capilla. No se pierde ni los ensayos de las bandas, y está enterado de
qué día hay un viacrucis, qué noche salen a ensayar los costaleros de la
hermandad tal, a qué hora es el programa en tal emisora o en tal cadena
de televisión, y recorta de la prensa todo lo que salga de Semana
Santa. Se lo sabe todo. Es capaz de conocer un paso con solo mirar sus
trabajaderas, y por la luz de una fotografía, adivinar que a esa hora,
por ese sitio, solo una cofradía es posible. Nada escapa a su
conocimiento, ni un adorno floral ni un estreno de plata, ni un retoque
en la blonda ni un repaso a los candelabros. Desde aquí a octubre, no se
pierde un paso, ni en la capital ni en muchos pueblos de la provincia.
Es la figura nunca tallada de la Pasión. Como dicen por aquí, «no tiene
jartancia».
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Le agradezco su participación y colaboración en "La Pasión al Piano".